Una
reciente campaña publicitaria de la marca de pegamento Sugru nos quiso
convencer de que unir las cosas que están rotas, con algún producto adhesivo, produce un placer similar al del sexo. La divertida ocurrencia se inspiraba en
el célebre manual de un tal doctor Alex Comfort, que encabezó la lista de
libros más vendidos, durante 13 meses, en la Inglaterra de los años setenta del
siglo pasado: The joy of sex. Aunque para
encontrar un primer antecedente, quizás deberíamos
remontarnos hasta las decentes y muy americanas señoras Rombauer y Rombauer
Becker, madre e hija. Estas distinguidas damas de Missouri editaron, con la
pretensión de levantar los ánimos alicaídos tras el crack bursátil del 29, The Joy of cooking, una compilación de
recetas culinarias no menos célebre y exitosa que la variante sexual posterior.
A
estas alturas nadie duda del hecho de que ensamblar las fracturas, encajar los
cuerpos y componer los alimentos han sido fuentes de placer perpetuo, regalos
para los sentidos y ejercicios que enaltecen el alma. Y, por si fuera poco,
regulan el nivel del colesterol, tersan el cutis y exigen un leve desgaste
aeróbico que va la mar de bien para la salud.
Compruébenlo
ustedes mismos observando las fotos del pacto Sánchez-Rivera que ayer se
escenificó en la magna sala constitucional del Congreso de los Diputados, bajo
la atenta mirada del retrato de Miquel Roca que, por un momento, dejó de tutelar
a la señora que fue infanta. Un acuerdo que, según los firmantes, ha
ensamblado, complacido y estofado el bienestar de ambas formaciones y el de la
patria entera.
Las
elecciones del pasado 20 de Diciembre fueron presentadas por el Partido Popular
y el Partido Socialista como una pugna entre dos modelos políticos e
ideológicos incompatibles. Los gurus de la ciencia comunicativa que asesoraban
a los candidatos Sánchez y Rajoy les aconsejaron marcar
perfil propio durante la campaña e ir a degüello con el rival. Esta táctica del
todo o nada sufrió un serio revés la noche electoral, cuando se hicieron
públicos los resultados obtenidos en las urnas: Rajoy, el indecente (en opinión
de Sánchez), y Sánchez, el indigno (en opinión de Rajoy), quedaron a años luz
de la hegemonía de la que sus respectivos partidos habían disfrutado
ininterrumpidamente, uno tras otro y vuelta a empezar, desde los años ¿dorados?
de la transición. El maltrato mutuo había sido de tal calado que fumar la pipa
de la paz y pelillos a la mar, se hubiera sentido por buena parte de la opinión
pública como un ejemplo más de la indignidad en la que ha caído la vieja
política, sus arcaicos líderes y sus casposos partidos.
Otro
que aquella noche tuvo un disgusto descomunal fue Albert Rivera, que había aparecido
en Madrid con la sangre recién oxigenada en los comicios autonómicos catalanes,
pero que, poco a poco, se había ido desfondando hasta encontrarse descolgado, y
mucho, del pelotón de cabeza.
Los
spin doctors no durmieron la madrugada del 20 al 21 intentando pergeñar sólidas
estrategias que hicieran más digeribles algunos de los batacazos del día
anterior.
- · En el Partido Popular, tanto insomnio no les fue de gran provecho, ya que sus estrategas andan en estado catatónico desde entonces: el partido se desmorona, el candidato languidece y cualquier solución alternativa no está siendo promocionada con suficiente energía como para resultar mínimamente creíble.
- · Los desvelos del PSOE toparon al día siguiente con un proyectil andaluz de alcance incierto. La detonación fue de las que hacen época y dejó a los expertos en comunicación del partido absolutamente aturdidos, con los sentidos congestionados. Pasaron algunas semanas antes de que el equipo de Sánchez recobrara el equilibrio perdido y solo la atonía de sus rivales populares los salvó de una quiebra sin paliativos. El equipo de Rajoy no supo aprovechar la extrema fragilidad del aparato socialista y, por si fuera poco, les chutaron vitamina en vena mediante la cánula de la investidura que, de forma involuntaria, les suministró el rey.
- · Qué distinta fue la reacción de los estrategas de Ciudadanos. Una vez hecho el recuento de los escasos recursos disponibles, y restañadas las heridas y magulladuras, se lanzaron a recuperar el espacio perdido, deprisa, deprisa. Alguien, no sé si aquella noche misma o en las horas posteriores, se acordó de la campaña del pegamento Sugru y fue tirando del hilo que lo llevaría hasta el doctor Comfort y las señoras Rombauer y Rombauer Becker, madre e hija. Redescubrieron que también en política no hay orgasmos más satisfactorios que los que proporcionan empalmar, fornicar y cocinar. Y allí que se lanzaron de cabeza, con el neohipster Girauta como mascarón de proa.
El tiempo ha coronado
a los negociadores de Ciudadanos. Han sabido unir, gozar y cocinar como nadie.
Siempre en medio, a una cierta equidistancia de cualquiera de quien se puedan
nutrir. Ciudadanos lleva tres meses parasitando a los dos principales partidos
del estado. Con gracia, eso sí, pero, al mismo tiempo, chupándoles cuanta energía
pueden y haciendo despensa para las elecciones que parecen acercarse. Se han
convertido en los del sí optimista y risueño en mitad de un panorama dominado
por unos líderes antipáticos, que invitan al pesimismo más descarnado. Han
proyectado una imagen de positividad incuestionable: no han cejado en el
intento de unir lo que se repele sin que se les puedan atribuir las causas del
fracaso; han interpretado el siempre lucido rol del querubín con arco y flecha,
certero intermediario de la cópula fallida entre populares y socialistas; han
cocinado un acuerdo de legislatura con Sánchez de manera discreta y eficiente, sin dejar de lamentarse por la ausencia de Rajoy. En resumen, que han diseñado un producto que agrada a bastantes y repele a muy pocos.
Ciudadanos ha
conseguido el más difícil todavía: the joy of fix, the joy of sex y the joy of
cooking en un único volumen manejable, asequible y satisfactorio. ¿no
escucháis, a lo lejos, los jadeos de Rivera?