dimecres, 17 de febrer del 2016

Las cautelas del Tribunal Constitucional



Los señores magistrados del Tribunal Constitucional, sobre el papel juristas de reconocida competencia, sufren el conocido síndrome del paleto que viaja por primera vez a la capital. Esta manía, similar al recelo gatuno y prima hermana de las conductas paranoicas, se caracteriza por el desarrollo extravagante de desconfianzas y recelos. A la extensión de esta dolencia han contribuido de manera decisiva en las últimas décadas, la añorada Carmen Sevilla y su cine de barrio, Paco Martínez Soria, el de la ciudad no es para mí, y Toni Leblanc, el señuelo tontuno del tocomocho cañí. Una de dos, o los guardianes del sello constitucional han visto demasiada televisión las tardes de los sábados o, en madrileñés, son de provincias (como si Madrid fuese otra cosa).

Hace menos de veinticuatro horas hemos podido comprobar esta teoría. El gobierno de la Generalitat catalana había mostrado al mundo un rutilante departamento de Asuntos Exteriores desde el que en teoría pretendían difundir la buena nueva de la independencia de Cataluña. Ante tamaño desafío al sistema democrático de libertades, el gobierno planteó recurso de inconstitucionalidad. Razón por la cual, los magistrados, sin birrete pero con boina (txapeldunes, que Dios se apiade de ellos), estudiaron la cuestión y después de tentarse las togas durante semanas, en un gesto típico de paleto desconfiado ante la presencia de un taimado catalán, han decidido tomar medidas cautelares, como providencia precautoria con altas dosis de disimulo, reserva y sigilo. En vano, si se me permite anticipar lo que va a venir: porque lo que la Generalitat de Catalunya había mostrado no era una sortija centelleante si no un pedrusco de bisutería barata; un departamento que no era otra cosa que fachada: en el compacto fajo de billetes apenas mostrado ni siquiera era de curso legal el que estaba a la vista.

Puigdemont y Romeva saben que el diplomático lleva puesta la diplomacia encima. Necesita poca cosa más que saber desenvolverse con soltura en las recepciones mundanas, tener facilidad para los idiomas y conocer los secretos del uso diestro de los cubiertos del pescado, como ya he dicho en otras ocasiones. No hace falta un departamento ministerial para recorrer el mundo divulgando la causa de la independencia. Ni siquiera para proporcionar y sistematizar los dosieres que han de demostrar el maltrato sistemático del Estado español. Acaso creían sus señorías constitucionales que la acción exterior del gobierno catalán empieza y acaba en el departamento de exteriores, siendo como era poco más que un señuelo de trilería.

Los magistrados, con su desconfianza tosca, le han hecho un favor al ejecutivo de la desconexión. Han evitado que la fachada del edificio diplomático se le caiga a alguien en la cabeza. Y, por si fuera poco, han contribuido a la causa independentista, por la vía de la prohibición irracional, como vienen haciendo desde que los catalanes tenemos memoria. Qué gran contribución a la unidad indivisible de la patria de la que se dicen garantes. Ahora, una vez terminada la labor cotidiana, ya sólo les falta descubrirse y sacar la bota, la hogaza y el torrezno.