Hace mucho tiempo que aprendí que, entre todas las
cosas que nos exaltan, el futbol ocupa el lugar más destacado. Como le decía
Pablo Sandoval (Francella) a Benjamín Espósito (Darín) en la genial película
argentina El Secreto de sus ojos, en
mitad de la búsqueda de un brutal asesino, “el tipo puede cambiar de cara, de
casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero no puede cambiar de
pasión”. Y, claro, el futbol es nuestra gran pasión. El futbol es la vida. No
extrañe a nadie, pues, que, a falta de
otros referentes de mayor enjundia, me valga del metalenguaje futbolístico para
intentar analizar las últimas novedades de la convulsa política española.
Las elecciones del pasado 20 de diciembre nos
dejaron un terreno de juego embarrado, lleno de charcos y trampas diversas. Unos jugadores resabiados por la dureza de tantas afrentas, ultrajes y alguna infamia que se lanzaron a la cabeza en plena campaña. Aun resuena aquel "si
usted sigue siendo presidente, el coste para nuestra democracia es enorme.
Porque el presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es", que
le soltó Sánchez a Rajoy en pleno fragor del debate a dos. Y, aquel "yo le dije a Rajoy lo que todos los
ciudadanos piensan", que, sin propósito de enmienda, apuntilló el
candidato socialista un día más tarde frente a los micrófonos de Radio
Nacional. Menos llamativos, pero igualmente hirientes, reproches, agravios y
ofensas colmaron el enfrentamiento preelectoral y han proseguido desde entonces ofreciendo una imagen tétrica, pendenciera e indecorosa
de los políticos españoles y, por elevación, del sistema del que se
consideran representantes y garantes. Ante tantas cuentas pendientes, no ha de
extrañar a nadie que construir una mayoría estable de gobierno sea una tarea
que bordea lo utópico. Y es que si antes sabíamos que no hay partido fácil, ni
enemigo pequeño (peritas en dulce, en expresión de Luis Aragonés), éste encuentro
de ahora se antoja trabado, condenado al empate a nada.
Pedro Sánchez, por lo menos en apariencia, ha entendido
mejor el escenario. Tras hacer recuento, ha llegado a la conclusión de que, sin
tener superioridad de efectivos, la falta de aliados de su rival hace imposible
que se despliegue en ataque. Un conjunto de cordones sanitarios han imposibilitado
al Partido Popular lanzarse a buscar la investidura de Mariano Rajoy:
Partidos que han afirmado que, de ningún modo,
apoyarían la investidura de Rajoy: PSOE, Podemos, ERC, DiL, Bildu, CC. 181
diputados.
Partidos que han afirmado que, de ningún modo,
apoyarán la investidura de Sánchez: PP, ERC, DiL, Bildu: 142 diputados.
Parece claro que la posición de Rajoy, en ataque,
es más débil que la de Sánchez pues concita bastante más rechazo. Es lógico,
pues, que haya preferido replegar líneas para contener los embates del rival,
replegarse a verlas venir. La critica tribunera de alguno de los líderes
populares, decepcionados por la táctica ultradefensiva de Rajoy, debería tener
en cuenta su inferioridad de efectivos y la posibilidad, remota aunque cierta,
de que el equipo socialista se estrelle contra el muro defensivo popular y
pierda fuelle. Conviene no olvidar que la opción de Sánchez de achique de
espacios reclama una presión muy alta que impida el juego rival, un enorme
desgaste físico que puede pasar factura en caso de que la contienda se
prolongue y sea necesaria una prórroga. Y, hoy por hoy, parece que hacia ella
nos encaminamos.
Mientras tanto, la grada asiste con gesto de
aburrimiento al desarrollo del partido. Repliegue y achique son géneros
básicamente defensivos, en absoluto proclives a la filigrana y a la fantasía. El
único jugador con capacidad de desborde y desequilibrio es Pablo Iglesias. Una
sociedad de éste con Sánchez rompería las proporciones y las trincheras. Pero
la aparición de una encuesta que aconsejaría paciencia a Podemos, ante el
previsible desmoronamiento electoral del PSOE en caso de nuevas elecciones,
juega contra la complicidad entre socialistas y podemitas. Además, también
existe la impermeabilidad cierta de las confluencias a cualquier entendimiento con
Ciudadanos. Por cierto, Albert Rivera, calentando arriba y abajo por la banda,
espera el momento de hacer una entrada triunfal en el terreno de juego. Es el
jugador que ha vetado a menos rivales (únicamente a los independentistas) y se
anuncia que una segunda vuelta lo perjudicaría (opinión algo aventurada puesto
que tan importante será, en caso de nuevas elecciones, el propio resultado como
la configuración global del nuevo parlamento donde Ciudadanos, esta vez sí,
podría ser decisivo, aun con menos diputados).
Veremos que ocurre en las próximas semanas: la
paella valenciana puede indigestársele aun más a Rajoy y provocar una
gastroenteritis general que lo deje exhausto y sin efectivos; Sánchez se puede
quedar sin aliento ante el muro popular y el desinterés podemita. En cualquiera
de los dos casos, y en otros muchos que se nos podrían ocurrir, la grada, harta
de tanto cerrojo y tan poco ensueño, puede pedir la cabeza de los tácticos. Estaríamos
entonces ante una modificación radical de las condiciones de juego. Algunos
populares invocan esta defenestración acelerada con la esperanza de que se
cumpla la máxima futbolera que dice que con entrenador nuevo, victoria segura. Pero para ello, Sánchez, bajo el auspicio de la Europa bienpensante, debería cambiarse la camiseta o mostrar un enorme desinterés: lo que se dice gol en propia, en el lenguaje futbolero actual.
Nota: El Secreto de sus ojos. Película argentina de 2009. Dirigida por Juan Jose Campanella e interpretada, entre otros, por Soledad Villamil, Ricardo Darín y Guillermo Francella. Con todo merecimiento, obtuvo el Òscal a la mejor película extranjera.