El actual presidente del gobierno en
funciones, Mariano Rajoy, se encuentra en fase de desmoronamiento. El maquillaje
presidencial se agrieta. El casco de la nave partidaria que lo sustenta presenta
múltiples vías por las que se escapan unos inquietantes hilillos, que están imposibilitando
los intentos de conseguir una investidura sosegada. El Partido Popular, alimentado
con los cascotes de la voladura suicida de la UCD, y nunca especialmente dotado
para las maniobras ligeras y los cambios
de rumbo ágiles, se deshace por la acción corrosiva de una corrupción que
amenaza con echarlo a pique. Según Rajoy se trata únicamente de cuatro
hilillos, pero el atronador ruido de una estructura que se desmorona exige
virar buscando abrigo. Y cuando la tripulación mira al puente de mando en busca
de aliento, únicamente ve a un líder sordo al fragor del siniestro.
Mientras tanto, en Ferraz, Sánchez ha sido
capaz de vetar la entrada a Andrópov, Chernenko, Gromiko y Tijónov. Superada,
de momento, la amenaza de un putsch gerontocrático en nombre de la unidad
indivisible de la patria, el secretario general se apresta a intentar la
cuadratura del círculo, un pacto a tres bandas con Podemos y Ciudadanos. De
entrada, la solución parece complicada: el PSOE de Sánchez enfatiza la E de su
acrónimo en detrimento de la S y, sobretodo, de la O. Este desequilibrio puede
marcar el resultado de las conversaciones iniciadas para conseguir un pacto
estable. Los equilibrios entre las siglas muestran la incompatibilidad de los
socios a los que se intenta persuadir. Ciudadanos, enfrentados a unos augurios
nefastos en caso de repetición electoral, podrían mostrar una mejor disposición
al entendimiento; Podemos, ante la difuminación de las clásicas señas de
identidad del PSOE, difícilmente acceda a un compromiso que su electorado no
entendería. En este marco, únicamente la lucha contra la corrupción puede tejer
las complicidades que se anhelan. Pero aquí habrá que estar a la expectativa:
del mismo modo que Valencia ha explotado en los morros de Rajoy, otros casos
pendientes pueden desdibujar el rostro regeneracionista de Sánchez.
Estallidos y desmoronamientos complican
sobremanera los arreglos razonables a la gobernabilidad tranquila del Estado.
Un Rajoy que se hunde y un Sánchez desdibujado auguran nuevas mudanzas que pasan,
probablemente, por un cambio de liderazgos. Pero quién sabe si para alguno de
los dos partidos ya sea demasiado tarde.