dijous, 18 de febrer del 2016

La parada de los monstruos



El Partido Popular, otrora acreditado circo con múltiples pistas, célebres artistas y fieras de diversa condición, pasa por horas de abatimiento, camino, si nadie lo remedia, del ocaso definitivo. Su cuantiosa nómina de estrellas resplandecientes ha ido dejando paso a una parada de monstruos aberrantes, ejemplo de tullideces intelectuales y deformidades políticas. Se barruntan jornadas de quiebra y remate. La dirección no reacciona, quien sabe si bajo los influjos de alguna pócima que le abotaga los sentidos y le congestiona las entendederas. El negocio se derrumba y los artistas deformes anticipan dificultades para hacer efectivos los subsidios habituales; alguien está empezando a trabar las viejas puertas giratorias. Se les escuchan los lamentos del ya no somos nadie y el desvanecimiento los pilla artríticos y veteranos. Toda una generación de la derecha española se esfuma y nadie se acordará de ellos cuando hayan muerto políticamente. O acaso solo se rescatará su recuerdo para escarnecer sus vicios y deformidades. 

La decadencia ha empezado y hoy quizás ya sea tarde. El llamado de Rajoy, bocina en ristre, para asistir a la contemplación de las hazañas de la corte popular ya solo convoca a examinar un muestrario de especímenes incapaces de saltimbanquear, contonsionar o volar de trapecio en trapecio. Ya ni los payasos ni sus payasadas hacen puta gracia. 

Como el aberrante comportamiento de la mañana del 11 de marzo de 2004. Sí, aquel día de infausto recuerdo en el que centenares de personas dejaron sus vidas en un clímax de terror i irracionalidad. Hoy hemos sabido que, justo cuando las bombas segaban vidas y en los despachos de la calle Génova se manufacturaba una versión chapucera y tramposa de los atentados, en el negociado económico de la misma sede del Partido Popular, quien sabe si en la misma planta, se elaboraba un cronograma de viajes a la cercana sucursal de Caja Madrid con objeto de blanquear donaciones y emporcar la imagen del sistema democrático, todo al mismo tiempo y sin solución de continuidad. 

La Fundación para el Desarrollo Económico y Social de Madrid, presidida por Pio García Escudero fue el instrumento utilizado para llevar a la práctica el blanqueo inmundo. Desde la sede del partido una retahíla de empleados recorrieron aquella mañana el trecho que los separaba de la entidad financiera para blanquear los réditos de la corrupción de a poquitos, en cantidades inferiores a 3.000 euros, mientras las ambulancias salían zumbando hacia las estaciones del transporte público que se habían convertido en escenarios del horror.

Pio García Escudero, el actual presidente del Senado, jamás podrá purgar, aunque viva mil años en penitencia rigurosa, semejante maldad. Que hoy siga presidiendo una tan alta institución del Estado es, simplemente, un insulto a tantos millones de ciudadanos honestos. En la parada de las monstruosidades deformes y tullidas que están saliendo a la luz pública, Pio García Escuredo ocupa un lugar destacado. Los españoles no deberían permitir que su podredumbre repugnante acabe provocando la amputación del sistema democrático de libertades. Deberían pensar que, en otros regímenes, Pio García Escudero, no sería una inmunda anomalía sino un ejemplo más del estado natural de las cosas. 

Y, para acabar, una advertencia al Partido Popular: o reaccionan o pasarán a la historia como un nauseabundo vertedero. Les va en ello no sólo la reputación, también la supervivencia.