Las elecciones catalanas,
recién celebradas, han dado para chistes y ocurrencias de diversa categoría.
Soberanistas y unionistas han sido objeto de infinidad de burlas que han
inundado la red: hilarantemente graciosas algunas, pesadas y chuscas las menos.
Ha habido ración para todos; quien no tenía gana de gresca ha quedado ahíto
hasta reventar.
Pero el gran protagonista
de la monumental cuchufleta ha sido el presidente Rajoy, una vez más.
La última explosión de
guasa general ha tenido causa en la rueda de prensa monclovita del lunes post
electoral. Proclamó solemne Don Mariano que en Cataluña, el domingo, no había
sucedido nada reseñable y que el supuesto huracán independentista era poco más
que una llovizna primeriza de otoño. Como él predijo, la patria en ningún
momento corrió peligro y que, si así hubiera sido, ahí estaba él para preservarla.
Y a quién tuviera alguna tristeza que exponer, lo esperaba en palacio para escucharlo;
como siempre, añadió.
Me parece que tengo el
castellano un tanto mohoso, pero yo diría que en este idioma la persona que
tiene dificultades para comprender, incluso las cosas sencillas, recibe el
nombre de zoquete. Rajoy muestra claros signos de déficit comprensivo cuando
menosprecia las elecciones catalanas y el encono que ponen unos y otros en la
pugna. ¿No ha pasado nada, cuando los independentistas tienen mayoría absoluta
en el Parlamento? ¿Es irrelevante que casi la mitad de la población haya
apoyado a candidaturas claramente soberanistas y que las que claramente no lo son hayan cosechado un resultado peor? ¿Nada tiene de insólito que el partido
que apoya a su gobierno se encuentre a la cola de todos los demás? ¿Es síntoma
despreciable que las portadas de los más importantes periódicos europeos titulen
que Catalunya ha dado un paso decisivo hacia la independencia?
Viendo a Rajoy ante los
micrófonos de los medios de comunicación españoles me ha venido a la cabeza la
descripción que Daniel Pennac hace de los zoquetes: “oscilan perpetuamente
entre la excusa de ser y el deseo de existir a pesar de todo, de encontrar su
lugar…”.
Si, por lo menos, los que
tiene cerca pudieran ayudarlo. Pero no parece que las eminencias abunden en la
corte de Rajoy. He ahí el ejemplo de García-Albiol que, tras el monumental
tortazo, aún pretendía pontificar sobre inmensas mayorías a capitanear. Parecía
el don Simplón del cuento infantil, que con un pelo pretendía hacer una trenza.
Nota al pie: Este escrito
no se ha redactado con ánimo vejatorio ni ofensivo. No constituye injuria,
puesto que no atenta a la dignidad, honor y credibilidad del Presidente. Y
además de no existir intención, tampoco carece de justicia.
Segunda nota al pie: El
texto de Daniel Pennac está recogido (y posiblemente mal traducido) de la
novela Mal d’école.