Thomas Rosser Reeves Jr. ha pasado a la historia de la
comunicación política por haber sabido interpretar lo obvio: la necesidad de la
simplificación del mensaje electoral de cualquier candidato que pretenda
seducir a sus posibles votantes. Las razones de esta estrategia reduccionista cabe
buscarlas en dos fenómenos empíricamente probados: el déficit de atención del
elector medio en las campañas políticas y la creciente falta de polivalencia de
los aspirantes a los cargos de representación pública (o la complejidad
creciente de su desempeño, si se quiere ser más benévolo).
Reeves probó las virtudes de su bálsamo en la campaña
presidencial norteamericana de 1952, en la que asesoraba a la candidatura de
general Dwight D. Eisenhower. Al método adoptado tras una observación
meticulosa del general, y su circunstancia poco esperanzadora, lo llamó Unique Selling Proposition (USP o proposición de venta única), una adaptación de una antigua técnica de venta comercial. Este artificio táctico
se resumiría en la forzada limitación de la exposición dialéctica del candidato
a una sola categoría de argumentos en cada discurso o en cada aparición
pública. El avispado asesor pretendía con ello que el presidenciable evitase
enfangarse en negociados resbaladizos, sin haber trabajado antes un anclaje
argumental con un equipo de expertos. Ciertamente, la USP refleja una clara
desconfianza en las habilidades retóricas de los candidatos y, sobre todo, en
su conocimiento y preparación en algunos de los temas sobre los que habrá
forzosamente de pivotar su acción de gobierno futura. Cuando Eisenhower
convocaba a los medios para hablar de su programa económico, únicamente podía y
debía habla de economía. Tenía órdenes estrictas de rehuir cualquier otro tema
que los periodistas pudieran sacar a colación. Vendría a ser un antecedente
remoto del “això no toca” de Jordi
Pujol, pero sin la carga de bronca que le confería el ex honorable a sus
desplantes y negativas.
Con el tiempo, esta limitación circunscrita a comparecencias
concretas que se reservaban a un único asunto de debate, pero en un contexto en
que el candidato era capaz de desenvolverse con una cierta polivalencia en
cualquier otra cuestión, se ha ido extendiendo a las campañas electorales en su
conjunto. Se trata del tan caricaturizado aspirante monotemático, el que
focaliza su discurso en un único tema en el que se siente razonablemente a
gusto, tanto por su propia posición como por la debilidad del contrario. Sí,
nos encontramos ante una simplificación absoluta de la campaña que habla bien a
las claras del dilentantismo de buena parte de los líderes políticos más
conocidos.
La eclosión del amateurismo intelectual, que no profesional, se
ha traducido en campañas tediosas y en debates insustanciales que aburren hasta
decir basta. O se sustancia, lo que a veces es peor, en disputas entre dos o
más candidatos en las que cada uno va a lo suyo sin confrontar ni media idea ni
escuchar al rival ni medio segundo. ¿Recuerdan el único debate a dos, previo al
20 de Diciembre, con Sánchez arrojando sobre la mesa el tema de la corrupción
del partido del gobierno, en cualquiera de los apartados introducidos por el
“voluntarioso” Manuel Campo Vidal, viniera o no a cuento? ¿Recuerdan a Rajoy
balbuceando, con similar persistencia, no sé exactamente qué sobre el escenario
macroeconómico en el que parecía sentirse, vaya usted a saber la razón, mucho
más a gusto?
Naturalmente, el sistema USP, de proposición única, tiene no
pocos inconvenientes. En primer lugar, deja entrever, por omisión, la falta de
versatilidad del aspirante, su inconsistencia en asuntos decisivos de la
actividad pública; en segundo lugar, lo fía todo a la supuesta superioridad de
quien persevera en el uso de una única proposición en la que parece haberse
especializado, lo que no tiene por qué ser así, puesto que el rival puede
desplegar una eficaz labor de preparación y asesoramiento con objeto de
minimizar su presunta desventaja inicial. En ocasiones, hacer pivotar el
discurso propio sobre un único eje puede convertirse en una trampa mortal, sobretodo
cuando nos encontramos ante un aspirante en frente con grandes habilidades dialécticas,
capaz de rodearse de un buen equipo y con capacidad de aprehender, en el sentido más esponjoso del término. Finalmente, el
tercer gran inconveniente, el más infrecuente, es aquel jardín plagado de
plantas carnívoras devora-candidatos que los asesores deben evitar a toda costa:
la elección errónea de un eje temático de campaña único, producto de un cálculo
erróneo que convierte en espejismo de manantial de ventaja comparativa lo que,
en realidad, es un árido desierto presto a liquidar cualquier esperanza de
victoria.
Pedro Sánchez y sus asesores han ejemplificado, esta misma semana, este
portento de metida de pata hasta el corvejón, repito que pocas veces vista. La precampaña
de primavera del PSOE había seguido gravitando en el acoso y derribo de los
rivales populares a cuenta de sus numerosas conexiones con flagrantes casos de
corrupción. Todo ello con voluntad de convencer al electorado sobre lo
antagónico de sus respectivas propuestas (no únicamente alternativo, sino antagónico). Sánchez se ha venido mostrando
reiteradamente en el escaparate público como un político “decente”, encuadrado
en una formación política no menos intachable que limpió sus cuadras con agua y
bien de salfumán. Cuántas veces le hemos oído mencionar “el compromiso ético”
con el que el PSOE encaraba una probable repetición electoral en pleno solsticio de
verano.
Cierto es
que el ambiente general de un gobierno en funciones animaba al jaleo, con el PP
cociéndose en el sofrito de una paella demasiado oxidada. Pero,
con los antecedentes propios sobre la mesa, hubiera sido prudente no fiar todo
el discurso de campaña a la confrontación de proyectos en el plano etéreo de la
decencia. Un simple vistazo a los armarios de Ferraz, y a los muertos que aún
los atiborran, hubiera aconsejado ampliar el abanico de las prioridades
discursivas de Sánchez, más allá del deslavazado intento de gobierno de postal.
Griñán y Chaves han explotado en la cara de Sánchez y han eviscerado de golpe
el argumentario con el que el candidato socialista pretendía seducir a unos
electores ya no demasiado dispuestos a otorgarle su confianza, a tenor de los
últimos resultados y encuestas. ¿Serán capaces en el PSOE de dar un volantazo
de último minuto que los aleje del abismo por el que parecen a punto de
despeñarse? ¿Será suficiente el tiempo de descuento, que es la hora que marca
el reloj electoral, para sobreponerse al frenazo y retomar la marcha sin rebufo
cercano ni nada que se le parezca? ¿El sobreesfuerzo de empezar desde parado, de un
imprescindible borrón y cuenta nueva, no terminará con el equipo exhausto y
entregado frente a la aceleración continua de los rivales? Sánchez necesita con
urgencia la intervención de las asistencias. ¡Oído, boxes!