divendres, 3 de juny del 2016

USP

Thomas Rosser Reeves Jr. ha pasado a la historia de la comunicación política por haber sabido interpretar lo obvio: la necesidad de la simplificación del mensaje electoral de cualquier candidato que pretenda seducir a sus posibles votantes. Las razones de esta estrategia reduccionista cabe buscarlas en dos fenómenos empíricamente probados: el déficit de atención del elector medio en las campañas políticas y la creciente falta de polivalencia de los aspirantes a los cargos de representación pública (o la complejidad creciente de su desempeño, si se quiere ser más benévolo).
Reeves probó las virtudes de su bálsamo en la campaña presidencial norteamericana de 1952, en la que asesoraba a la candidatura de general Dwight D. Eisenhower. Al método adoptado tras una observación meticulosa del general, y su circunstancia poco esperanzadora, lo llamó Unique Selling Proposition (USP o proposición de venta única), una adaptación de una antigua técnica de venta comercial. Este artificio táctico se resumiría en la forzada limitación de la exposición dialéctica del candidato a una sola categoría de argumentos en cada discurso o en cada aparición pública. El avispado asesor pretendía con ello que el presidenciable evitase enfangarse en negociados resbaladizos, sin haber trabajado antes un anclaje argumental con un equipo de expertos. Ciertamente, la USP refleja una clara desconfianza en las habilidades retóricas de los candidatos y, sobre todo, en su conocimiento y preparación en algunos de los temas sobre los que habrá forzosamente de pivotar su acción de gobierno futura. Cuando Eisenhower convocaba a los medios para hablar de su programa económico, únicamente podía y debía habla de economía. Tenía órdenes estrictas de rehuir cualquier otro tema que los periodistas pudieran sacar a colación. Vendría a ser un antecedente remoto del “això no  toca” de Jordi Pujol, pero sin la carga de bronca que le confería el ex honorable a sus desplantes y negativas.
Con el tiempo, esta limitación circunscrita a comparecencias concretas que se reservaban a un único asunto de debate, pero en un contexto en que el candidato era capaz de desenvolverse con una cierta polivalencia en cualquier otra cuestión, se ha ido extendiendo a las campañas electorales en su conjunto. Se trata del tan caricaturizado aspirante monotemático, el que focaliza su discurso en un único tema en el que se siente razonablemente a gusto, tanto por su propia posición como por la debilidad del contrario. Sí, nos encontramos ante una simplificación absoluta de la campaña que habla bien a las claras del dilentantismo de buena parte de los líderes políticos más conocidos.
La eclosión del amateurismo intelectual, que no profesional, se ha traducido en campañas tediosas y en debates insustanciales que aburren hasta decir basta. O se sustancia, lo que a veces es peor, en disputas entre dos o más candidatos en las que cada uno va a lo suyo sin confrontar ni media idea ni escuchar al rival ni medio segundo. ¿Recuerdan el único debate a dos, previo al 20 de Diciembre, con Sánchez arrojando sobre la mesa el tema de la corrupción del partido del gobierno, en cualquiera de los apartados introducidos por el “voluntarioso” Manuel Campo Vidal, viniera o no a cuento? ¿Recuerdan a Rajoy balbuceando, con similar persistencia, no sé exactamente qué sobre el escenario macroeconómico en el que parecía sentirse, vaya usted a saber la razón, mucho más a gusto?
Naturalmente, el sistema USP, de proposición única, tiene no pocos inconvenientes. En primer lugar, deja entrever, por omisión, la falta de versatilidad del aspirante, su inconsistencia en asuntos decisivos de la actividad pública; en segundo lugar, lo fía todo a la supuesta superioridad de quien persevera en el uso de una única proposición en la que parece haberse especializado, lo que no tiene por qué ser así, puesto que el rival puede desplegar una eficaz labor de preparación y asesoramiento con objeto de minimizar su presunta desventaja inicial. En ocasiones, hacer pivotar el discurso propio sobre un único eje puede convertirse en una trampa mortal, sobretodo cuando nos encontramos ante un aspirante en frente con grandes habilidades dialécticas, capaz de rodearse de un buen equipo y con capacidad de aprehender, en el sentido más esponjoso del término. Finalmente, el tercer gran inconveniente, el más infrecuente, es aquel jardín plagado de plantas carnívoras devora-candidatos que los asesores deben evitar a toda costa: la elección errónea de un eje temático de campaña único, producto de un cálculo erróneo que convierte en espejismo de manantial de ventaja comparativa lo que, en realidad, es un árido desierto presto a liquidar cualquier esperanza de victoria.  
Pedro Sánchez y sus asesores han ejemplificado, esta misma semana, este portento de metida de pata hasta el corvejón, repito que pocas veces vista. La precampaña de primavera del PSOE había seguido gravitando en el acoso y derribo de los rivales populares a cuenta de sus numerosas conexiones con flagrantes casos de corrupción. Todo ello con voluntad de convencer al electorado sobre lo antagónico de sus respectivas propuestas (no únicamente alternativo, sino antagónico). Sánchez se ha venido mostrando reiteradamente en el escaparate público como un político “decente”, encuadrado en una formación política no menos intachable que limpió sus cuadras con agua y bien de salfumán. Cuántas veces le hemos oído mencionar “el compromiso ético” con el que el PSOE encaraba una probable repetición electoral en pleno solsticio de verano.

Cierto es que el ambiente general de un gobierno en funciones animaba al jaleo, con el PP cociéndose en el sofrito de una paella demasiado oxidada. Pero, con los antecedentes propios sobre la mesa, hubiera sido prudente no fiar todo el discurso de campaña a la confrontación de proyectos en el plano etéreo de la decencia. Un simple vistazo a los armarios de Ferraz, y a los muertos que aún los atiborran, hubiera aconsejado ampliar el abanico de las prioridades discursivas de Sánchez, más allá del deslavazado intento de gobierno de postal. Griñán y Chaves han explotado en la cara de Sánchez y han eviscerado de golpe el argumentario con el que el candidato socialista pretendía seducir a unos electores ya no demasiado dispuestos a otorgarle su confianza, a tenor de los últimos resultados y encuestas. ¿Serán capaces en el PSOE de dar un volantazo de último minuto que los aleje del abismo por el que parecen a punto de despeñarse? ¿Será suficiente el tiempo de descuento, que es la hora que marca el reloj electoral, para sobreponerse al frenazo y retomar la marcha sin rebufo cercano ni nada que se le parezca? ¿El sobreesfuerzo de empezar desde parado, de un imprescindible borrón y cuenta nueva, no terminará con el equipo exhausto y entregado frente a la aceleración continua de los rivales? Sánchez necesita con urgencia la intervención de las asistencias. ¡Oído, boxes!