Las
revelaciones en torno a la concepción estalinista del estado de derecho que
mantiene el ministro del interior en funciones, ha destapado algo que ya se
venía apuntando en las últimas semanas: los nuevos medios de comunicación
digitales se han erigido en la “vanguardia” informativa que socaba los viejos
equilibrios favorables a las grandes corporaciones y sus medios convencionales.
Mientras
las portadas de las ediciones digitales de los grandes periódicos se mostraban
reacias a hacerse eco del ciclón que ha puesto patas arriba los últimos días de
la campaña electoral, los nuevos medios se lanzaban al escrutinio crítico a
toda pantalla. Las pulgadas de los instrumentos utilizados no han representado
ningún obstáculo: 140 caracteres no dan para un artículo, pero pueden componer
un titular demoledor.
Los
púlpitos digitales han acogido a opinadores dispuestos a acumular prestigio por
medio de análisis inoxidables, casi siempre fundamentados en cimientos
académicos sólidos. La universidad ha reconquistado un espacio que había
perdido hace muchas décadas. El fuste intelectual de estos francotiradores ha
dinamitado el estatus quo de un entramado comunicativo monopolizado por las
grandes corporaciones. Y de unos profesionales percibidos como elementos sistémicos
de un régimen político que se está deshaciendo a marchas forzadas.
Asimismo,
y en paralelo, la importancia cada vez mayor que se otorga a un uso eficiente
de los nuevos instrumentos comunicativos —youtube, twitter, facebook o XXX— ha
provocado una alteración del lenguaje electoral formal y de los códigos
utilizados en la composición de los mensajes. En este sentido, cabe destacar la
labor del equipo de comunicación de las confluencias podemitas —y la
amplificación de sus producciones a través de un tupido entramado de
simpatizantes que han desplegado una gran actividad en las redes—. En el
apartado de los logros más significados, debo hacer una mención especial al
grupo articulado alrededor del candidato Alberto Garzón, que se ha bautizado
con el sugerente nombre de La Cueva.
El
Partido Popular se ha mantenido en la línea anodina de siempre, aumentando, eso
sí, su comparecencia en los instrumentos de comunicación emergentes. Lo mismo
podríamos decir del PSOE, transitando también entre la irrelevancia y el
aburrimiento.
Ciudadanos
ha mostrado un carácter algo más innovador. Con un clímax indiscutible en la
difusión del famoso vídeo del bar o, si se prefiere, del cuñadismo. El equipo de
comunicación de Rivera anduvo más que listo programando su difusión en el
momento en que más impactos generaría. De hecho, su indiscutible liderazgo de
visualizaciones en youtube (quintuplicando al segundo) deja bien claro que se
apuntaron un tanto cuyo impacto electoral habrá de estudiarse en el futuro.
En
Catalunya hemos asistido al renacer de la política comunicativa de
Convergència, muy castigada por algunos errores que habían lastrado anteriores
campañas. Merecen destacarse alguna de sus producciones, ciertamente atrevidas en
el tratamiento de la imagen —a pesar del envaramiento característico de sus
líderes, comprensible, por otra parte, en un partido conservador que quiere
transmitir imagen de sensatez y orden—. El caso de Esquerra Republicana ha sido
ciertamente decepcionante: no ha aprovechado el vacío dejado por la
incomparecencia de la CUP, de largo la candidatura que hizo mejor campaña en
los comicios al Parlament de Catalunya.
Una
referencia final al medio que más conozco y que ha sido el gran olvidado por
los equipos de comunicación en estos comicios: la radio. He de confesar que
durante las últimas dos campañas he sentido vergüenza ajena ante el tratamiento
Movierecord que todos los partidos han dado a sus cuñas propagandísticas.
Únicamente el Partido Popular, gracias al uso del ¡silencio! en una de ellas, ha
introducido un elemento novedoso. Del resto de las propuestas casi mejor ni
hablar: el PSC (en las emisoras catalanas) ha regresado a la base sonora
country que tan buenos resultados les dio en el pasado; Ciudadanos y su “imposible
era sólo una opinión”, con aplausos enlatados de fondo, francamente daba pena;
Convergencia, con fórmula coral e introducción de Micky Moto, no aportaba
ninguna novedad destacable; Esquerra Republicana, la única alternativa posible,
me llevaba a recordar el celebérrimo verso de Martí Pol: “tot està per fer”. Y
acabo con un patinazo comunicativo suicida que puede marcar el final de la
campaña: se trata de las horrorosa cuñas radiofónicas que estos últimos días ha
lanzado En Comú Podem: en una de ellas Domènech nos llama a una ilusionante
revolución de las sonrisas con la entonación que pondría cualquiera a quién le
hubieran comunicado que padecía una enfermedad irreversible; en otra, Domènech
nos anima a darlo todo en el empeño de conseguir algo grande, con voz de minero
extenuado tras una jornada de veinticuatro horas. Bravo por el equipo de
comunicación de En Comú Podem!
Permitidme
que acabe denunciado la conjura de los ciudadanos de Olesa de Montserrat, el
pueblo en el que vivo. Sí, amigos, los olesanos se han confabulado para ignorar
cualquier novedad que, en materia informativa, se produzca durante los últimos
días de campaña. Dicen que prefieren celebrar como se merece la Festa Major. ¡Qué
insensatez! O quizás no. Qué grande es mi pueblo que hace coincidir la eclosión
del verano con la fiesta que nos permite disfrutar en las calles de nuestra
mutua compañía. Y esta noche quemaremos los malos rollos, los desatinos, los
pesares, los abatimientos y las angustias. A los olesanos no nos sirven ninguna
de las cuñas de los partidos políticos, ni tenemos una concepción estalinista
del estado de derecho, como el ministro del interior en funciones. La KGB no fiscaliza
nuestros bailes, ni la CIA tampoco. Por ello, sé que si estáis en Olesa no os perderéis
la fiesta, pero si no estáis aquí, venid.