España se está convirtiendo en un país en estado
de instrucción permanente. Ante la avalancha imparable de delitos públicos que
se abaten sobre los ciudadanos, no hay quien se libre de juzgar o de ser
juzgado. Es más, ni siquiera los malhechores más conspicuos se privan de
señalar con el dedo acusador a quienes andan por sus inmediaciones. Ya no hay
espacio para presunciones de inocencia y garantías procesales; es perentorio
acusar, enjuiciar y condenar sin distracciones. Los casos se instruyen a todo trapo,
cualquiera acusa sin detenerse a pensar que, en muchas ocasiones, él mismo
podría convertirse en reo por la misma falta o delito. Triunfa el histrionismo
y la hipocresía.
Una parte significativa de la prensa madrileña, el
Santo Ofició del título, se ha arrogado el papel de guardiana de la fe
constitucional. Entre sus funciones, identificar a los sospechosos de actuar
contra la verdad inmutable. Anna Gabriel, la bruja que capitanea la CUP, se ha
convertido en uno de sus objetivos principales. El tribunal —formado por periodistas
con firma, predicadores radiofónicos, sesudos opinadores y estrellas
televisivas— hace tiempo que instruye el caso. Los delitos son numerosos y graves.
Entre ellos, se cuenta el de haberse conjurado con potencias extranjeras para
socavar la indivisible unidad de la patria e importar un sistema de gobierno
totalitario y bolivariano. Las pruebas son concluyentes e irrefutables: una
imágenes tomadas en el aeropuerto de Madrid demuestran que viajó a Venezuela
donde, con total seguridad, se abandono a aquelarres satánicos y confraternizó
con los maléficos líderes del régimen chavista.
Y si alguien, con malsana intención, pretende
establecer paralelismos entre la dolosa confabulación de la Gabriel con las
fotos que acompañan estas líneas, debe saber que está completamente equivocado.
No se trata de ejemplos de confraternización: González y Aznar se
encontraban defendiendo los sagrados intereses de España que están cabalmente
representados, como no se le escapa a nadie, por las petroleras españolas y sus
accionistas.
José María
Aznar: “En mi primera visita a la sede presidencial de Miraflores, Chávez me
llevó a un despacho muy pequeño. Trabajamos allí, mano a mano, al margen de los
protocolos oficiales, durante más de tres horas.”