dimecres, 27 de gener del 2016

Pedro Sánchez, entre la desgracia y la catástrofe.



Preguntado Disraeli, primer ministro británico del siglo XIX, sobre la diferencia entre una desgracia y una catástrofe, aprovechó para lancear a su principal rival político, el liberal Gladstone: “La diferencia es bien sencilla: si Gladstone cayese al Tamésis y se ahogase, sería una desgracia; pero si alguien lo socorriera, sería una catástrofe”. Y en tales sondeos anda hoy la vieja guardia del PSOE, con Felipe González al frente, anticipando la escala de la convulsión de un potencial gobierno del cachorro Sánchez rodeado de la jauría podemítica; decidiendo si es más una desgracia o una catástrofe.

El antiguo ministro del interior, José Luis Corcuera, confeso lector de Ortega (y Gasset), se ha convertido en experto conocedor de la existencia concurrente del ser y de su circunstancia. Recorre los platós televisivos reivindicando el papel clave biósfera partidista frente al egoísta individualismo del líder, cegado por dudosos relumbrones de fuegos fatuos. El consejo de ancianos socialistas, del que Corcuera es mediático portavoz, ha decidido trastocar el orden de la trinidad politológica universal: en la cúspide ya no se encuentran ni el candidato ni el partido, ahora todo pende del entorno, de la circunstancia.

Ni siquiera cuando el Partido Popular se hunde en la ciénaga de la corrupción valenciana, ni siquiera cuando el presidente en funciones cambia su pertinaz silencio por penosos balbuceos, parece dispuesto el socialismo venerable a acometer las responsabilidades derivadas del gobierno del estado. Alguno incluso dice que lo mejor sería guarecerse en un rincón oscuro, “con la que está cayendo”. En semejante tesitura, deberíamos preguntar: ¿a juicio de la vieja guardia, con qué objetivo se presento el PSOE a las elecciones del 20 de diciembre? ¿Para procurar gobernar o para qué exactamente?

Pedro Sánchez se encuentra en un trance bien desgraciado cuando muchos otros intentan evitar su catastrófica salvación. Corcuera que ha leído a Ortega (y Gasset) le va susurrando al oído estas palabras del ilustre pensador: “El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda”.