dimarts, 12 de gener del 2016

Forcadell, la frustrada cortesana



Felipe VI, rey recién estrenado, ha elegido faltar a su deber de cortesía para con la Presidenta del Parlament de Catalunya, probablemente por consejo sobrevenido. Ciertamente la monarquía española no anda sobrada de asesores sensatos en estos últimos años: véase la imagen, también de ayer, de la otrora infanta Cristina compartiendo banquillo de acusados con una alineación estelar de delincuentes de cuello blanco. Y es que, atendiendo a la cualidad de parlamentario del actual sistema dinástico, se antoja suicida no mostrar ninguna consideración y respeto hacia la máxima autoridad de una cámara de representantes democráticamente elegidos. Tamaña desconsideración es propia de un tiempo en que la autoridad real se tenía por absoluta y los monarcas no se ilustraban en universidades americanas; un período que se cerró con la dinastía facturada en un tren nocturno con destino a Roma.

La señora Forcadell únicamente pretendía cumplir con la obligación protocolaría de comunicar el nombramiento de un nuevo presidente de la Generalitat al jefe del estado en ejercicio. Un trámite acogido con silbidos cuando fue anunciado en la sesión de investidura de la cámara catalana. Sorprende, pues, que las puerta de palacio se cerraran a cal y canto para evitar la imagen del rey saludando a la independentista presidenta del parlamento, que aún es autonómico. Parece que se pretendía dar muestra del monumental mosqueo, aunque más bien los ciudadanos se han quedado con el no retrato de la real efigie en un estado de ebullición histérica, impropia de quien fundamenta su auctoritas en la función tutelar de los poderes del estado y no en la refriega partidaria.

Felipe VI ha obviado el carácter parlamentario de su reinado y, en consecuencia, ha debilitado los fundamentos que deben sustentar la pervivencia dinástica. ¿Y los independentistas? Pues contentos como unas castañuelas: el desaire real al Parlamento catalán lo es también, por asociación, hacia todo el pueblo de Catalunya, independientemente de las simpatías políticas de cada cual. Nuevo y poderoso argumento que cimenta sus anhelos de desconexión. ¿Y la señora Forcadell? Pues encantada de la vida: ha evitado un desplazamiento que, guste o no, es una muestra sutil de pleitesía. Y encima no ha tenido que beber el amargo cáliz de verse interpretando el papel de cortesana que, como todo el mundo sabe, es una suerte de prostituta refinada.