Eulogia Tapia, la pomeña. |
Van
pasando las semanas como quien no quiere la cosa, el invierno toca a su fin, la
primavera llega con incertidumbres meteorológicas y más de una preocupación. Los
almendros han florido hace mucho, el frio ha dejado paso a la bonanza que
habitualmente no llega hasta bien entrado abril, los taberneros sacan los
tendales a la calle, los jóvenes ya visten camisetas, los abuelos invaden los
bancos solariegos que, en realidad, son propiedad de la municipalidad. Los
padres sueltan a los niños en los parques públicos al salir de la escuela, las
abuelas riñen a los nietos que patean pelotas demasiado cerca de donde ellas
descansan. El tiempo, una vez más, un año más y como siempre, se nos echa
encima y no sabemos si sentarnos a esperar que nos arrolle o dejar que pase de
largo.
En
la corte madrileña, microclima en el que todos los verbos de la primera
conjugación mudan los significados, el tiempo fluye despacio y los solsticios
se dilatan, hay más espacio para el ocio, para el entretenimiento y para la
ensoñación. No hay plazos, ni urgencias, ni vencimientos. Una plácida
existencia que se ha visto alterada por la prescripción insoslayable que se
deriva de un mandato constitucional: el período máximo que puede transcurrir
entre una investidura fallida y la conformación de un gobierno, antes de que se
convoquen nuevas elecciones. El margen es claramente suficiente pero los
apremios, por laxos que sean, incomodan a quienes no tienen por costumbre mirar
el reloj. Las frentes más prominentes del estado se han perlado de gotas de
sudor que dejan intuir una profunda angustia. Los líderes con aspiraciones no
tienen por costumbre apresurarse en sus asuntos. No entienden que la caducidad
de la prórroga se acerca, que la fiesta se termina, que mañana hay que
trabajar. Por eso, en su inconsciencia, pasan el tiempo carnavaleando. Y más
concretamente, se empeñan en entretenerse contrapunteando.
El
contrapunteo es, para quien no lo sepa, una disputa fiestera a base de coplas
que gana quien no pierde pie en la improvisación. Estarán de acuerdo conmigo en
que Sánchez, Rajoy, Rivera e Iglesias andan entretenidos en un contrapunteo
interminable. Bien es cierto que nunca de cara a cara, siempre por micrófono
interpuesto. Jamás en tascas, habitualmente en palacios. Pocas veces con rimas
brillantes, muy a menudo con versos desastrados, en una brega tosca, zafia y
grosera. Nada por lo que valga la pena perder ni un minuto del tiempo que nos arrolla.
Qué
lejos este contrapunteado de aquel otro, entre un poeta y una campesina salteña,
que inspiró La Pomeña, una canción preciosa que popularizó Mercedes Sosa.
Tuvieron lugar los requiebros en el boliche la Flor de Pago, coincidiendo con
el carnaval. Eulogia Tapia, entonces una joven vecina de La Poma (ella es la
pomeña) enfrentó en singular combate coplero a Manuel J. Castilla, poeta prestigioso.
Y la campesina venció, dejando al hombre de letras sin palabras. Fue el triunfo
de la sabiduría atávica que nace de una siembra de siglos, que da frutos en los
términos más simples y en las palabras más llanas. El poeta Castilla rindió
homenaje a Eulogia Tapia, la muchacha pomeña, componiendo unos preciosos versos
que posteriormente se convirtieron en una zamba, un pasaje del folclore popular
de Salta.
Nadie
dedicará versos al ir y venir carnavaleando de los políticos españoles, que
andan entretenidos en chuscas competiciones copleras, mientras los ciudadanos trasiegan
penurias sin cuento. Porque estos líderes no tienen la elegancia de una humilde
campesina salteña. Ellos continuarán porfiando en su ruido y en su furia.
La
pomeña
Eulogia Tapia en La Poma
Al
aire da su ternura
Si
pasa sobre la arena
Y
va pisando la luna
El
trigo que va cortando
Madura
por su cintura
Mirando
flores de alfalfa
Sus
ojos negros se azulan.
El
sauce de tu casa
Esta
llorando
Porque
te roban Eulogia
Carnavaleando.
La
cara se le enharina
La
sombra se le enarena
Cantando
y desencantando
Se
le entreveran las penas.
Viene
en un caballo blanco
La
caja en sus manos tiembla
Y
cuando se hunde la noche
Es
una dalia morena.