dimarts, 15 de març del 2016

Azúa sobre la hache sorda



Félix de Azúa, escritor barcelonés de nacimiento y holocaustero de vocación, ya cuenta entre su patrimonio mueble con un sillón en la Real Academia Española. Un bien de titularidad personalísima, no hereditaria, que usufructuará a perpetuidad para mayor fuste de la lengua española y de quien la trujo —dividió en compartimentos—.

En el graderío que ocupan los académicos para hablar de las cosas del idioma le han reservado el asiento marcado con la letra H. ¡Qué paradoja!: quien ha escalado los peldaños de la erudición a base de jaleo, es obsequiado con una butaca de letra sorda.

¡Qué letra artera es la hache!, siempre al acecho, siempre emboscada, siempre camuflada en los pliegos de la frase. Pero no crean que las palabras que empiezan con ella carecen de vitamina; no hubiera aceptado la prebenda el señor Félix de tratarse de oropel sin brillo. Que muchos sudores, no poca adulación y algún que otro desvarío le ha costado sentarse en butaca tan confortable.

Por ejemplo, humanidad se escribe con hache. Y este es un concepto que atañe a lo universal y también a lo singular. Para Azúa, la supuesta persecución de divergentes castellanohablantes en Cataluña es crimen de lesa humanidad. Pero hombre también es el que, en ciertos juegos de naipes, desempeña un papel de quintacolumnista jugando contra los demás que lo rodean. No crean que este desempeño es siempre signo de valentía o arrojo. Bien al contrario, en muchas ocasiones cuando el jugador confunde su papel en el juego con su actitud en la vida, el individuo empobrece su humanidad y acaba convertido en hombre de paja, porque actúa a instancias de otros; o en pobre hombre, por tener poca representación social. Un hombre al agua, eternamente en naufragio.

También Hespéride se escribe con hache, el único nombre con que se conocía a las tres hijas de Atlas, las dueñas de un jardín que preservaba una lengua de oro. La guardaba un dragón con cuarenta y seis cabezas que, de vez en cuando, sacaban fuego por alguna de sus bocas. Cada una de ellas marcada con una letra del abecedario, mayúscula o minúscula, sorda o sonora, actual o anacrónica. Azúa ha ingresado recientemente en el selecto club de las cabezas del dragón del jardín de las Hespérides. Un cenáculo que espera pacientemente la llegada inexorable de Hércules, la forma mitológica que ha tomado el tiempo, ese gran ladrón de idiomas. Porque no hay lengua que mil años dure, ni obsesión que sobreviva al perturbado, por muy fanático que sea.

Otra que va con hache es hija, la persona a la que la muy docta academia de la lengua define como “un animal respecto de sus padres”. Hija lo es la pequeña a quien quiso proteger Azúa cuando emigró a Madrid, huyendo del supuesto odio enfermizo con que la comunidad educativa catalana trata a todo lo que suena a lengua española. Como dijo aquel peligroso activista (y supongo que, según Azúa, debe ser activista y peligroso porque alguna vez ha escrito en catalán, por mucho que lo haya alternado con el castellano), los hijos son aquellos a los que los padres les vamos transmitiendo nuestras frustraciones, que crecen y que un día nos dicen adiós. Y la hija de Azúa algún día le dirá adiós, si antes no sucumbe ante el descomunal peso de las frustraciones, los desengaños y el resentimiento de su padre.

En Catalunya ni se persigue ni se maltrata a quien se expresa en castellano. Tenemos, eso sí, un problema con la gente que problematiza la diversidad, con los Ciudadanos que convierten la pluralidad idiomática en una fuente permanente de conflictos. Con los Azúas que criminalizan a un porcentaje altísimo de catalanes que viven la inmersión con total naturalidad. Con los obsesivos que no entienden como el pez grande todavía no ha acabado con el chico, como mandan las leyes de la naturaleza. Con aquellos que jamás han sentido simpatía por David, aquel que le arreó una pedrada en pleno frontispicio al gigantesco Goliat, con ayuda de una honda, utensilio que también lleva a cuestas una hache.

Félix de Azúa ha tomado posesión de su asiento académico, vive en la capital, sólo escucha conversaciones en castellano y lleva a su hija a un colegio en el que la inmersión es la decente, la que se imparte español, sin concesiones a dialectalismos funestos. ¿Le falta algo a Azúa en esta vida, ahíto como está de fortuna?

Sí, quizás a Azúa le falte una hache: Hazúa: sordo, apagado, indiferente y frío.