dimarts, 7 de novembre del 2017

PSOE-PSC, que acumulamos mucho, que respiramos menos


Pedro Rodríguez me dijo hace demasiados años que el drama del PSOE empezó incluso antes de la gozosa mayoría absoluta de 1982. Fue cuando al mudarse para comparecer en el Congreso de Suresnes comprobó que el traje ideológico no le venía: el ropaje era el de siempre, pero al partido se le había ensanchado la cintura, adormecido en el confortable estorbo de salón que opuso a la dictadura del General Franco. La lucha de verdad la habían desempeñado otros, quizás menos glamurosos y no tan pequeño burgueses; posiblemente más obreros, desesperados y valerosos.

Más adelante llegaría la postal de Felipe y Alfonso cuerpo a tierra en las estrecheces de los escaños del Congreso de los Diputados mientras un achacoso líder comunista, con los dedos manchados de nicotina y las manos sucias de purgas cainitas, mantenía la compostura frente al sainete del quieto todo el mundo.

Luego, la victoria incontestable de manos de un electorado ciego ante el fulgor de una sonrisa juvenil bien alimentada por un verbo tan seductor como etéreo. Y con ella las mil y una traiciones acumuladas en más de una década de gobierno: cambios de sentido en nombre de la razón de estado, percibidos cada vez más como la renuncia al amago de utopía que parecía adivinarse en los viejos discursos. Vaivenes incomprensibles que justificaron el sí donde antes se había opuesto férrea resistencia al club militarista del Atlántico norte, la corrupción galopante, la especulación inmobiliaria, las reformas laborales, las patadas en la puerta, antesala de otro quieto todo el mundo con coartada legal, las primeras privatizaciones, los primeros asientos en consejos de administración a cuenta de incontables injusticias sociales…

Llegó, tras un paréntesis, la digresión de Zapatero, todo énfasis bienintencionado, todo gobierno infausto. Puro sujeto, verbo y predicado sin conectores eficientes y adecuados. Poco gobierno y mucha metáfora. Demasiadas mentiras.

En el largo camino fueron diluyendo las identidades. Cuanto más fuerte gritaban izquierda más lo contradecían las pulsiones. Perdieron predicamento obrero, si alguno conservaban, en el marasmo de un socialismo irreconocible. Hoy, oírles definirse como izquierda socialista, que ante todo es social, provoca sonrojo.  

Y Catalunya en el horizonte remoto en donde poner el huevo de la felonía, deseando que al rodar se pierda en el otro lado, el que no se percibe de tan lejano. Un laboratorio donde diluir la pócima del maragallismo en un apestoso ungüento cocido en la olla de las capitanías metropolitanas. Y la paradoja en forma de abandono del pilar municipalista, la base de un poder que se aleja para no volver, quizás jamás de los jamases.

Aquí va arribar el dia en què el PSC es va palpar per no trobar-se. Es va mirar en els bocins d’un mirall trencat i no va trobar cap imatge reflectida, només vocalització estèril i balls esbojarrats que no poden callar l’estrèpit d’un discurs absolutament mut. Desplaçat per la vitalitat post-psiquiàtrica de Ciutadans, sense lloc ni en el sermó ni en el territori on havia regnat amb una còmoda hegemonia.

Iceta es conforma amb la irrellevància. En té prou amb figurar entre bambolines com a parent pobre dels Capuletto, encara que sigui al preu del sacrifici de Julieta i també de Romeo. Potser amb la secreta pretensió de poder fer mutis després d’aplicar-se la frase del drama: “Anem, doncs, perquè és va buscar a qui no vol ser trobat”.

El PSOE i el PSC mai han estat del costat de la revolució, ni de la dels clavells ni de la de les roses, tampoc de la dels costums i encara menys de la dels somriures. Han fet costat a la repressió més ferotge i han quedat ben retratats a costat dels reaccionaris de tota la vida, però amb la boqueta petita, com de pinyó de panellet poc cuit.

Hi va haver un temps en què es van disfressar de reformisme, però de tant governar se’ls ha quedat cara d’espantall i un rictus com d’agror d’estómac, com de reflux de digestió mal acabada. I així és fa difícil presentar-se davant la ciutadania i demanar-li suport i complicitat. La vella militància, inclosos alguns amics, fuig d’aquesta mena d’apocalipsi zombie d’última hora, quan el partit pena incorpori i sense ànima a l’espera d’esmicolar-se com un Faust envellit de cop.

En les properes setmanes potser tornarem a trobar la direcció en espectacles impossibles, fent veure que tot és alegria, plaer i jovialitat. Però els ulls de l’Iceta contradiran aquesta fabulació i ens recordaran aquella frase de Charles Bukowski: “si penso que hauria de volar i en canvi m’arrossego, només em toca deprimir-me”.