Ayer mismo, en mi último artículo
de pre campaña alertaba de la preferencia perniciosa de los asesores de Clinton
por los usos comunicativos opulentos. Una práctica desmedida que menospreciaba
la carta de apoyo de un joven quarterback, contraponiéndola al sustento de
fulgurantes estrellas, habitualmente inaccesibles para el americano medio. Qué
gran error el despliegue impúdico del primer gran establishment americano, por
encima del político: el del show bussines y de la “inteligencia sensible”.
Pero no mitifiquemos la jerarquía
del epílogo en una campaña que ha sido desastrosa de principio a fin.
Permitidme que, con toda modestia, desgrane hasta diez razones que explican la
debacle de Clinton, cuyo corolario fue la lectura en el bando rival del
sencillo manifiesto de un joven robusto, que encarna el sueño del americano medio
del que mayoritariamente no se quiere despertar.
1.- Empiezo por una razón
de carácter general: el equipo de la secretaria Clinton no ha sido capaz de
leer el partido. Siempre ha ido a remolque, al ritmo que más convenía al rival.
Ha malgastado esfuerzos y recursos nadando a contracorriente, generando
desequilibrio en el bando de los seguidores propios y huecos en su defensa, que
sus contrincantes aprovechaban sin esfuerzo. Es particularmente elocuente la
dispar financiación de la campaña y la ineficiente aplicación de los recursos
obtenidos: Clinton ha triplicado el presupuesto de Trump, según el New York
Times, mientras que los resultados han sido devastadores.
2.- La cainita, larguísima
y cruenta batalla desplegada en las primarias del partido demócrata. En primer
lugar, por la solvencia del contrincante a batir, Bernie Sanders, y su carácter
de outsider en un contexto en el que las estructuras de los partidos políticos
convencionales, y la deteriorada imagen de sus líderes, iban a favor de
candidaturas y candidatos alternativos. De tal modo que las primarias
demócratas se jugaron en el embarrado terreno que se despliega entre lo de
siempre y lo nuevo, entre lo delusorio y lo ilusionante, en un ambiente de
última oportunidad para una formación política que se había mostrado impotente
a la hora de espolear las principales reformas de Obama. Bernie Sanders
desenmascaró el carácter de peso muerto del establishment demócrata e
identificó a Hillary, sin esfuerzo, como uno de los elementos estructurales a
los que había que combatir. Sus seguidores, injustamente vencidos, según propia
opinión, por una élite que, como en tantas ocasiones, marginaba sus legítimas
aspiraciones en beneficio de sus espurios cambalaches, volvió a casa con la
determinación de dar la espalda a quien sabían por experiencia dolorosa que no
era una de las suyas. Hillary se hizo con la nominación demócrata acarreando
muchas magulladuras y no pocas heridas.
3.- La parada de los
monstruos/candidatos en las primarias republicanas que allanó el camino de
Trump a la nominación del partido del elefante y apenas lo desgastó. Aquí bien
se podría decir que el friki mayor era el propio magnate. Y quizás sea cierto,
pero aun siéndolo no era tan rancio como aquel que hablaba directamente con
Dios, o aquel otro que aseguraba que era inadmisible una educación que obviaba
que el Señor creó al hombre a su imagen y semejanza. Conviene no olvidar también
que, durante las primarias, el equipo de Trump fue capaz de ponerse a favor del
viento que soplaba con fuerza inusitada. Desbrozado el camino de los oponentes
a priori más destacados (y que curiosamente fueron los primeros en caer), a
Trump únicamente le quedó identificar a sus aberrantes rivales con la
estructura institucional republicana y erigirse como el outsider mejor situado
para ponerla patas arriba. Y al contrario que Hillary, salió reforzado de las
primarías con apenas unos pocos rasguños.
4.- El error de centrar el
intercambio de golpes en el cuerpo a cuerpo. Los asesores de campaña de Clinton
permitieron que la pugna definitiva se librará en un lodazal que aseguraba una
gran ventaja para quien supiera desenvolverse mejor en la corta distancia. Y
Hillary es más bien una fina estilista que se maneja con solvencia en los
terrenos medios. El barriobajero Trump, con sus técnicas de predicador de
telebasura, fue capaz de llevar la pugna a su terreno y desarbolar la
estrategia rival (si es que en algún momento fueron capaces de definir alguna).
5.- La irrelevancia
aparente de los debates entre candidatos. El equipo de Trump acudió con el
único objetivo de asegurar la supervivencia de su patrocinado. Todo parecía
apuntar a una victoria sin paliativos de la formal Hillary en el marco de unos
encuentros ordenados, pautados y sobrios. Pero de nuevo Trump fue capaz de
enfangar su desarrollo con un despliegue inusitado de maniobras de distracción
que encerraron a su rival en un laberinto que le impidió mostrar su principal
activo, su excelente bagaje político y su capacidad personal. De nuevo la fina
estilista sucumbió ante el correoso aspirante, puesto que no desarbolarlo
definitivamente le dio un aire con el que, a priori, nadie contaba.
6.- El uso inteligente, y
tramposo, de las nuevas tecnologías. Trump y su equipo, imbuidos en la certeza
de que la notoriedad abre las puertas a la aceptación a medio plazo, se
hicieron presentes en las redes aun a costa de generar no pocas reacciones
adversas: el uso masivo de bots que difundían mensajes a diestro y siniestro
sin otra función que la de amplificar con agilidad las ideas fuerza del
candidato. En el otro bando, lo que se ganaba en elaboración del mensaje se
perdía en rapidez y agilidad. Los asesores de Clinton mostraron una impericia
singular al tropezar en la misma piedra que les había provocado no pocos
dolores de cabeza en el enfrentamiento previo con Sanders. En este punto
concreto se hizo más evidente la desmovilización y desafección de los jóvenes
partidarios del senador de Vermont.
7.- La estructura del
mensaje. Ya he dejado escrito que la difusión de las propuestas de Trump, y de
sus excesos verbales, incluía no pocos elementos de fullería cibernética. Pero
el principal de todos ellos tiene que ver con el contenido y la estructura del
propio mensaje. Más allá del límite de los 140 caracteres, los asesores de Trump
se han dedicado a bombardear las defensas enemigas con proyectiles de
estructura simplísima —sujeto, verbo, complemento—, pero de imposible
refutación siguiendo la misma simplicidad esquemática. Esta estrategia de
lluvia menuda ha ido calando ante la impotencia de los demócratas que difundían
respuestas mucho más elaboradas. He de reconocer, sin embargo, que el pequeño
formato es el más indicado para difundir las mayores barbaridades, mientras que
a quien pretende construir en abstracto le es necesaria una estructura más
sólida. Y que suele ser más rentable atacar que defenderse. Pero el equipo de
Hillary a partir de un determinado momento quiso competir en sordidez y, como
se ha visto, en el lodazal Trump se movía mejor.
8.- El uso eficiente de
los peones territoriales. Y aquí se produce un hecho paradójico: ha sido
precisamente quien no contaba con el respaldo unánime de un partido consolidado
el que ha movilizado mejor a sus partidarios distribuidos por el territorio.
Hillary y su equipo se han centrado en la organización de actos con carga
partidista, multitudinarios y vistosos, olvidando que el descrédito de los
partidos venía pasando factura lejos de la capital federal y las grandes
aglomeraciones (que también). Parece claro que las elecciones no se ganan
únicamente en el breve período de la campaña electoral. En sentido inverso,
podemos afirmar que las elecciones se pueden perder antes de que la campaña
propiamente dicha comience. En el caso de las elecciones USA 2016, parece claro
que ambos partidos han dispuesto de cuatro años para ir perdiéndolas, mientras
que Trump ha interpretado que la desafección general podía beneficiarlo aunque
su propio partido fuese por el pedregal. Y ha aprovechado el poco tiempo del
que disponía, aplicando cataplasmas que han nacido de la certeza de que desde
Washington estas elecciones no se iban a ganar.
9.- Ya lo mencioné en el
artículo de ayer y creo que ha llegado la hora de recuperarlo: los asesores demócratas
han ido a la deriva durante toda la campaña intentando transmitir una imagen de
la candidata que nada tenía que ver con las certezas que los electores tenían
sobre Hillary y su circunstancia. La Clinton no es, ni ha sido, ni será una
dulce abuelita, una esposa abnegada o una política empática, accesible y
amable. Hillary es, ha sido, y ya no podrá continuar siendo, una política de
carta cabal, una luchadora incansable, una señora ambiciosa, implacable y un
punto despiadada. Pienso que aquí se deberían haber centrado sus asesores, en
la difusión de una imagen de gestora eficiente, seria, solvente y
experimentada. Y fijaos que lo tenían fácil, puesto que enfrente estaba un
alocado con un bagaje empresarial terrorífico. Pero pusieron el acento en hacer
visible la pugna en el terreno del playboy tarambana frente a abuelita apacible;
no destacaron suficientemente la lucha entre una administradora capaz y un
extravagante ricachón con tendencia a la quiebra fraudulenta. En el abc de la comunicación
política se sostiene que es labor imprescindible presentar una imagen pública del
candidato que no sea contradictoria con la que los electores se han forjado
previamente. El equipo de Clinton no ha seguido esta sabia aportación teórica. Por
eso la abuela apacible y dulce se ha convertido, a ojos de una parte
mayoritaria de la opinión pública, en una vieja hipócrita.
10.- Las encuestas. Una
vez más, y ya parece un fenómeno de alcance universal, han vuelto a fallar
estrepitosamente. Antes ocurrió en Inglaterra con el Breixit o en Colombia con
el plan de paz. Ahora le ha tocado a las presidenciales de Estados Unidos.
Parece como si en la cocina estadística se haya introducido un nuevo
ingrediente que ha estropeado el guiso. Se trata del concepto de victoria de lo
razonable: una suerte de recocimiento de lo improbable, por extraño o
extravagante, hasta convertirlo en demoscópicamente imposible. Imagino que
quizás esto pudiera explicarse por la convicción extendida de que los electores
jamás prefieren decantarse por una opción que los perjudica personalmente.
¿Cómo un corpus social en su sano juicio puede mostrase favorable a desligarse
de una Unión que objetivamente los enriquece, o descartar un plan de paz que
acabará definitivamente con la violencia que los amenaza, o votar a un probable
sociópata para dirigir una potencia nuclear? Ayer leía a Antoni Gutiérrez que
afirmaba que si Trump vencía habría que replantarse la comunicación política en
su integridad. Quizás sea cierto, pero me parece que todo va mucho más allá de una
aplicación poco afortunada de una especialidad comunicativa.
Hasta aquí he desgranado
diez posibles razones que han pretendido explicar en parte la debacle americana
del 8 de noviembre de 2016. Y lo he hecho desde uno de los múltiples aspectos
que, sin duda, la explican. Hay otros muchos elementos a estudiar, y no menos
importantes, pero parece evidente que el sistema democrático de representación
ha entrado en una crisis profunda que, una vez tras otra, lo lleva incluso a autolesionarse.
El elector medio parece haberse emancipado, vaga libre de la patria potestad de
los partidos políticos. Pero esto quizás no sea forzosamente negativo. Seguro
que encuentra un lugar donde asentarse, aunque probablemente no será en el
marco de referencia en el que hasta ahora hemos desarrollado nuestra actividad
pública.