dimecres, 9 de novembre del 2016

El elector emancipado (II) Diez razones para una debacle ¿inesperada?


Resultado de imagen de the deer hunterAyer mismo, en mi último artículo de pre campaña alertaba de la preferencia perniciosa de los asesores de Clinton por los usos comunicativos opulentos. Una práctica desmedida que menospreciaba la carta de apoyo de un joven quarterback, contraponiéndola al sustento de fulgurantes estrellas, habitualmente inaccesibles para el americano medio. Qué gran error el despliegue impúdico del primer gran establishment americano, por encima del político: el del show bussines y de la “inteligencia sensible”.

Pero no mitifiquemos la jerarquía del epílogo en una campaña que ha sido desastrosa de principio a fin. Permitidme que, con toda modestia, desgrane hasta diez razones que explican la debacle de Clinton, cuyo corolario fue la lectura en el bando rival del sencillo manifiesto de un joven robusto, que encarna el sueño del americano medio del que mayoritariamente no se quiere despertar.

1.- Empiezo por una razón de carácter general: el equipo de la secretaria Clinton no ha sido capaz de leer el partido. Siempre ha ido a remolque, al ritmo que más convenía al rival. Ha malgastado esfuerzos y recursos nadando a contracorriente, generando desequilibrio en el bando de los seguidores propios y huecos en su defensa, que sus contrincantes aprovechaban sin esfuerzo. Es particularmente elocuente la dispar financiación de la campaña y la ineficiente aplicación de los recursos obtenidos: Clinton ha triplicado el presupuesto de Trump, según el New York Times, mientras que los resultados han sido devastadores.

2.- La cainita, larguísima y cruenta batalla desplegada en las primarias del partido demócrata. En primer lugar, por la solvencia del contrincante a batir, Bernie Sanders, y su carácter de outsider en un contexto en el que las estructuras de los partidos políticos convencionales, y la deteriorada imagen de sus líderes, iban a favor de candidaturas y candidatos alternativos. De tal modo que las primarias demócratas se jugaron en el embarrado terreno que se despliega entre lo de siempre y lo nuevo, entre lo delusorio y lo ilusionante, en un ambiente de última oportunidad para una formación política que se había mostrado impotente a la hora de espolear las principales reformas de Obama. Bernie Sanders desenmascaró el carácter de peso muerto del establishment demócrata e identificó a Hillary, sin esfuerzo, como uno de los elementos estructurales a los que había que combatir. Sus seguidores, injustamente vencidos, según propia opinión, por una élite que, como en tantas ocasiones, marginaba sus legítimas aspiraciones en beneficio de sus espurios cambalaches, volvió a casa con la determinación de dar la espalda a quien sabían por experiencia dolorosa que no era una de las suyas. Hillary se hizo con la nominación demócrata acarreando muchas magulladuras y no pocas heridas.

3.- La parada de los monstruos/candidatos en las primarias republicanas que allanó el camino de Trump a la nominación del partido del elefante y apenas lo desgastó. Aquí bien se podría decir que el friki mayor era el propio magnate. Y quizás sea cierto, pero aun siéndolo no era tan rancio como aquel que hablaba directamente con Dios, o aquel otro que aseguraba que era inadmisible una educación que obviaba que el Señor creó al hombre a su imagen y semejanza. Conviene no olvidar también que, durante las primarias, el equipo de Trump fue capaz de ponerse a favor del viento que soplaba con fuerza inusitada. Desbrozado el camino de los oponentes a priori más destacados (y que curiosamente fueron los primeros en caer), a Trump únicamente le quedó identificar a sus aberrantes rivales con la estructura institucional republicana y erigirse como el outsider mejor situado para ponerla patas arriba. Y al contrario que Hillary, salió reforzado de las primarías con apenas unos pocos rasguños.

4.- El error de centrar el intercambio de golpes en el cuerpo a cuerpo. Los asesores de campaña de Clinton permitieron que la pugna definitiva se librará en un lodazal que aseguraba una gran ventaja para quien supiera desenvolverse mejor en la corta distancia. Y Hillary es más bien una fina estilista que se maneja con solvencia en los terrenos medios. El barriobajero Trump, con sus técnicas de predicador de telebasura, fue capaz de llevar la pugna a su terreno y desarbolar la estrategia rival (si es que en algún momento fueron capaces de definir alguna).

5.- La irrelevancia aparente de los debates entre candidatos. El equipo de Trump acudió con el único objetivo de asegurar la supervivencia de su patrocinado. Todo parecía apuntar a una victoria sin paliativos de la formal Hillary en el marco de unos encuentros ordenados, pautados y sobrios. Pero de nuevo Trump fue capaz de enfangar su desarrollo con un despliegue inusitado de maniobras de distracción que encerraron a su rival en un laberinto que le impidió mostrar su principal activo, su excelente bagaje político y su capacidad personal. De nuevo la fina estilista sucumbió ante el correoso aspirante, puesto que no desarbolarlo definitivamente le dio un aire con el que, a priori, nadie contaba.

6.- El uso inteligente, y tramposo, de las nuevas tecnologías. Trump y su equipo, imbuidos en la certeza de que la notoriedad abre las puertas a la aceptación a medio plazo, se hicieron presentes en las redes aun a costa de generar no pocas reacciones adversas: el uso masivo de bots que difundían mensajes a diestro y siniestro sin otra función que la de amplificar con agilidad las ideas fuerza del candidato. En el otro bando, lo que se ganaba en elaboración del mensaje se perdía en rapidez y agilidad. Los asesores de Clinton mostraron una impericia singular al tropezar en la misma piedra que les había provocado no pocos dolores de cabeza en el enfrentamiento previo con Sanders. En este punto concreto se hizo más evidente la desmovilización y desafección de los jóvenes partidarios del senador de Vermont.

7.- La estructura del mensaje. Ya he dejado escrito que la difusión de las propuestas de Trump, y de sus excesos verbales, incluía no pocos elementos de fullería cibernética. Pero el principal de todos ellos tiene que ver con el contenido y la estructura del propio mensaje. Más allá del límite de los 140 caracteres, los asesores de Trump se han dedicado a bombardear las defensas enemigas con proyectiles de estructura simplísima —sujeto, verbo, complemento—, pero de imposible refutación siguiendo la misma simplicidad esquemática. Esta estrategia de lluvia menuda ha ido calando ante la impotencia de los demócratas que difundían respuestas mucho más elaboradas. He de reconocer, sin embargo, que el pequeño formato es el más indicado para difundir las mayores barbaridades, mientras que a quien pretende construir en abstracto le es necesaria una estructura más sólida. Y que suele ser más rentable atacar que defenderse. Pero el equipo de Hillary a partir de un determinado momento quiso competir en sordidez y, como se ha visto, en el lodazal Trump se movía mejor.

8.- El uso eficiente de los peones territoriales. Y aquí se produce un hecho paradójico: ha sido precisamente quien no contaba con el respaldo unánime de un partido consolidado el que ha movilizado mejor a sus partidarios distribuidos por el territorio. Hillary y su equipo se han centrado en la organización de actos con carga partidista, multitudinarios y vistosos, olvidando que el descrédito de los partidos venía pasando factura lejos de la capital federal y las grandes aglomeraciones (que también). Parece claro que las elecciones no se ganan únicamente en el breve período de la campaña electoral. En sentido inverso, podemos afirmar que las elecciones se pueden perder antes de que la campaña propiamente dicha comience. En el caso de las elecciones USA 2016, parece claro que ambos partidos han dispuesto de cuatro años para ir perdiéndolas, mientras que Trump ha interpretado que la desafección general podía beneficiarlo aunque su propio partido fuese por el pedregal. Y ha aprovechado el poco tiempo del que disponía, aplicando cataplasmas que han nacido de la certeza de que desde Washington estas elecciones no se iban a ganar.



9.- Ya lo mencioné en el artículo de ayer y creo que ha llegado la hora de recuperarlo: los asesores demócratas han ido a la deriva durante toda la campaña intentando transmitir una imagen de la candidata que nada tenía que ver con las certezas que los electores tenían sobre Hillary y su circunstancia. La Clinton no es, ni ha sido, ni será una dulce abuelita, una esposa abnegada o una política empática, accesible y amable. Hillary es, ha sido, y ya no podrá continuar siendo, una política de carta cabal, una luchadora incansable, una señora ambiciosa, implacable y un punto despiadada. Pienso que aquí se deberían haber centrado sus asesores, en la difusión de una imagen de gestora eficiente, seria, solvente y experimentada. Y fijaos que lo tenían fácil, puesto que enfrente estaba un alocado con un bagaje empresarial terrorífico. Pero pusieron el acento en hacer visible la pugna en el terreno del playboy tarambana frente a abuelita apacible; no destacaron suficientemente la lucha entre una administradora capaz y un extravagante ricachón con tendencia a la quiebra fraudulenta. En el abc de la comunicación política se sostiene que es labor imprescindible presentar una imagen pública del candidato que no sea contradictoria con la que los electores se han forjado previamente. El equipo de Clinton no ha seguido esta sabia aportación teórica. Por eso la abuela apacible y dulce se ha convertido, a ojos de una parte mayoritaria de la opinión pública, en una vieja hipócrita.

10.- Las encuestas. Una vez más, y ya parece un fenómeno de alcance universal, han vuelto a fallar estrepitosamente. Antes ocurrió en Inglaterra con el Breixit o en Colombia con el plan de paz. Ahora le ha tocado a las presidenciales de Estados Unidos. Parece como si en la cocina estadística se haya introducido un nuevo ingrediente que ha estropeado el guiso. Se trata del concepto de victoria de lo razonable: una suerte de recocimiento de lo improbable, por extraño o extravagante, hasta convertirlo en demoscópicamente imposible. Imagino que quizás esto pudiera explicarse por la convicción extendida de que los electores jamás prefieren decantarse por una opción que los perjudica personalmente. ¿Cómo un corpus social en su sano juicio puede mostrase favorable a desligarse de una Unión que objetivamente los enriquece, o descartar un plan de paz que acabará definitivamente con la violencia que los amenaza, o votar a un probable sociópata para dirigir una potencia nuclear? Ayer leía a Antoni Gutiérrez que afirmaba que si Trump vencía habría que replantarse la comunicación política en su integridad. Quizás sea cierto, pero me parece que todo va mucho más allá de una aplicación poco afortunada de una especialidad comunicativa.

Hasta aquí he desgranado diez posibles razones que han pretendido explicar en parte la debacle americana del 8 de noviembre de 2016. Y lo he hecho desde uno de los múltiples aspectos que, sin duda, la explican. Hay otros muchos elementos a estudiar, y no menos importantes, pero parece evidente que el sistema democrático de representación ha entrado en una crisis profunda que, una vez tras otra, lo lleva incluso a autolesionarse. El elector medio parece haberse emancipado, vaga libre de la patria potestad de los partidos políticos. Pero esto quizás no sea forzosamente negativo. Seguro que encuentra un lugar donde asentarse, aunque probablemente no será en el marco de referencia en el que hasta ahora hemos desarrollado nuestra actividad pública.