divendres, 18 de març del 2016

Carnavaleando



Eulogia Tapia, la pomeña.


Van pasando las semanas como quien no quiere la cosa, el invierno toca a su fin, la primavera llega con incertidumbres meteorológicas y más de una preocupación. Los almendros han florido hace mucho, el frio ha dejado paso a la bonanza que habitualmente no llega hasta bien entrado abril, los taberneros sacan los tendales a la calle, los jóvenes ya visten camisetas, los abuelos invaden los bancos solariegos que, en realidad, son propiedad de la municipalidad. Los padres sueltan a los niños en los parques públicos al salir de la escuela, las abuelas riñen a los nietos que patean pelotas demasiado cerca de donde ellas descansan. El tiempo, una vez más, un año más y como siempre, se nos echa encima y no sabemos si sentarnos a esperar que nos arrolle o dejar que pase de largo.

En la corte madrileña, microclima en el que todos los verbos de la primera conjugación mudan los significados, el tiempo fluye despacio y los solsticios se dilatan, hay más espacio para el ocio, para el entretenimiento y para la ensoñación. No hay plazos, ni urgencias, ni vencimientos. Una plácida existencia que se ha visto alterada por la prescripción insoslayable que se deriva de un mandato constitucional: el período máximo que puede transcurrir entre una investidura fallida y la conformación de un gobierno, antes de que se convoquen nuevas elecciones. El margen es claramente suficiente pero los apremios, por laxos que sean, incomodan a quienes no tienen por costumbre mirar el reloj. Las frentes más prominentes del estado se han perlado de gotas de sudor que dejan intuir una profunda angustia. Los líderes con aspiraciones no tienen por costumbre apresurarse en sus asuntos. No entienden que la caducidad de la prórroga se acerca, que la fiesta se termina, que mañana hay que trabajar. Por eso, en su inconsciencia, pasan el tiempo carnavaleando. Y más concretamente, se empeñan en entretenerse contrapunteando.

El contrapunteo es, para quien no lo sepa, una disputa fiestera a base de coplas que gana quien no pierde pie en la improvisación. Estarán de acuerdo conmigo en que Sánchez, Rajoy, Rivera e Iglesias andan entretenidos en un contrapunteo interminable. Bien es cierto que nunca de cara a cara, siempre por micrófono interpuesto. Jamás en tascas, habitualmente en palacios. Pocas veces con rimas brillantes, muy a menudo con versos desastrados, en una brega tosca, zafia y grosera. Nada por lo que valga la pena perder ni un minuto del tiempo que nos arrolla.

Qué lejos este contrapunteado de aquel otro, entre un poeta y una campesina salteña, que inspiró La Pomeña, una canción preciosa que popularizó Mercedes Sosa. Tuvieron lugar los requiebros en el boliche la Flor de Pago, coincidiendo con el carnaval. Eulogia Tapia, entonces una joven vecina de La Poma (ella es la pomeña) enfrentó en singular combate coplero a Manuel J. Castilla, poeta prestigioso. Y la campesina venció, dejando al hombre de letras sin palabras. Fue el triunfo de la sabiduría atávica que nace de una siembra de siglos, que da frutos en los términos más simples y en las palabras más llanas. El poeta Castilla rindió homenaje a Eulogia Tapia, la muchacha pomeña, componiendo unos preciosos versos que posteriormente se convirtieron en una zamba, un pasaje del folclore popular de Salta.

Nadie dedicará versos al ir y venir carnavaleando de los políticos españoles, que andan entretenidos en chuscas competiciones copleras, mientras los ciudadanos trasiegan penurias sin cuento. Porque estos líderes no tienen la elegancia de una humilde campesina salteña. Ellos continuarán porfiando en su ruido y en su furia.

La pomeña 

Eulogia Tapia en La Poma
Al aire da su ternura
Si pasa sobre la arena
Y va pisando la luna

El trigo que va cortando
Madura por su cintura
Mirando flores de alfalfa
Sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa
Esta llorando
Porque te roban Eulogia
Carnavaleando.

La cara se le enharina
La sombra se le enarena
Cantando y desencantando
Se le entreveran las penas.


Viene en un caballo blanco
La caja en sus manos tiembla
Y cuando se hunde la noche
Es una dalia morena.