dijous, 25 de febrer del 2016

The joy of fix, sex and cooking



Una reciente campaña publicitaria de la marca de pegamento Sugru nos quiso convencer de que unir las cosas que están rotas, con algún producto adhesivo, produce un placer similar al del sexo. La divertida ocurrencia se inspiraba en el célebre manual de un tal doctor Alex Comfort, que encabezó la lista de libros más vendidos, durante 13 meses, en la Inglaterra de los años setenta del siglo pasado: The joy of sex. Aunque para encontrar un primer antecedente, quizás deberíamos remontarnos hasta las decentes y muy americanas señoras Rombauer y Rombauer Becker, madre e hija. Estas distinguidas damas de Missouri editaron, con la pretensión de levantar los ánimos alicaídos tras el crack bursátil del 29, The Joy of cooking, una compilación de recetas culinarias no menos célebre y exitosa que la variante sexual posterior.     

A estas alturas nadie duda del hecho de que ensamblar las fracturas, encajar los cuerpos y componer los alimentos han sido fuentes de placer perpetuo, regalos para los sentidos y ejercicios que enaltecen el alma. Y, por si fuera poco, regulan el nivel del colesterol, tersan el cutis y exigen un leve desgaste aeróbico que va la mar de bien para la salud.

Compruébenlo ustedes mismos observando las fotos del pacto Sánchez-Rivera que ayer se escenificó en la magna sala constitucional del Congreso de los Diputados, bajo la atenta mirada del retrato de Miquel Roca que, por un momento, dejó de tutelar a la señora que fue infanta. Un acuerdo que, según los firmantes, ha ensamblado, complacido y estofado el bienestar de ambas formaciones y el de la patria entera.

Las elecciones del pasado 20 de Diciembre fueron presentadas por el Partido Popular y el Partido Socialista como una pugna entre dos modelos políticos e ideológicos incompatibles. Los gurus de la ciencia comunicativa que asesoraban a los candidatos Sánchez y Rajoy les aconsejaron marcar perfil propio durante la campaña e ir a degüello con el rival. Esta táctica del todo o nada sufrió un serio revés la noche electoral, cuando se hicieron públicos los resultados obtenidos en las urnas: Rajoy, el indecente (en opinión de Sánchez), y Sánchez, el indigno (en opinión de Rajoy), quedaron a años luz de la hegemonía de la que sus respectivos partidos habían disfrutado ininterrumpidamente, uno tras otro y vuelta a empezar, desde los años ¿dorados? de la transición. El maltrato mutuo había sido de tal calado que fumar la pipa de la paz y pelillos a la mar, se hubiera sentido por buena parte de la opinión pública como un ejemplo más de la indignidad en la que ha caído la vieja política, sus arcaicos líderes y sus casposos partidos.

Otro que aquella noche tuvo un disgusto descomunal fue Albert Rivera, que había aparecido en Madrid con la sangre recién oxigenada en los comicios autonómicos catalanes, pero que, poco a poco, se había ido desfondando hasta encontrarse descolgado, y mucho, del pelotón de cabeza.

Los spin doctors no durmieron la madrugada del 20 al 21 intentando pergeñar sólidas estrategias que hicieran más digeribles algunos de los batacazos del día anterior.
  • ·         En el Partido Popular, tanto insomnio no les fue de gran provecho, ya que sus estrategas andan en estado catatónico desde entonces: el partido se desmorona, el candidato languidece y cualquier solución alternativa no está siendo promocionada con suficiente energía como para resultar mínimamente creíble. 
  • ·         Los desvelos del PSOE toparon al día siguiente con un proyectil andaluz de alcance incierto. La detonación fue de las que hacen época y dejó a los expertos en comunicación del partido absolutamente aturdidos, con los sentidos congestionados. Pasaron algunas semanas antes de que el equipo de Sánchez recobrara el equilibrio perdido y solo la atonía de sus rivales populares los salvó de una quiebra sin paliativos. El equipo de Rajoy no supo aprovechar la extrema fragilidad del aparato socialista y, por si fuera poco, les chutaron vitamina en vena mediante la cánula de la investidura que, de forma involuntaria, les suministró el rey.
  • ·         Qué distinta fue la reacción de los estrategas de Ciudadanos. Una vez hecho el recuento de los escasos recursos disponibles, y restañadas las heridas y magulladuras, se lanzaron a recuperar el espacio perdido, deprisa, deprisa. Alguien, no sé si aquella noche misma o en las horas posteriores, se acordó de la campaña del pegamento Sugru y fue tirando del hilo que lo llevaría hasta el doctor Comfort y las señoras Rombauer y Rombauer Becker, madre e hija. Redescubrieron que también en política no hay orgasmos más satisfactorios que los que proporcionan empalmar, fornicar y cocinar. Y allí que se lanzaron de cabeza, con el neohipster Girauta como mascarón de proa.

El tiempo ha coronado a los negociadores de Ciudadanos. Han sabido unir, gozar y cocinar como nadie. Siempre en medio, a una cierta equidistancia de cualquiera de quien se puedan nutrir. Ciudadanos lleva tres meses parasitando a los dos principales partidos del estado. Con gracia, eso sí, pero, al mismo tiempo, chupándoles cuanta energía pueden y haciendo despensa para las elecciones que parecen acercarse. Se han convertido en los del sí optimista y risueño en mitad de un panorama dominado por unos líderes antipáticos, que invitan al pesimismo más descarnado. Han proyectado una imagen de positividad incuestionable: no han cejado en el intento de unir lo que se repele sin que se les puedan atribuir las causas del fracaso; han interpretado el siempre lucido rol del querubín con arco y flecha, certero intermediario de la cópula fallida entre populares y socialistas; han cocinado un acuerdo de legislatura con Sánchez de manera discreta y eficiente, sin dejar de lamentarse por la ausencia de Rajoy. En resumen, que han diseñado un producto que agrada a bastantes y repele a muy pocos. 

Ciudadanos ha conseguido el más difícil todavía: the joy of fix, the joy of sex y the joy of cooking en un único volumen manejable, asequible y satisfactorio. ¿no escucháis, a lo lejos, los jadeos de Rivera?