dijous, 5 d’octubre del 2017

Quan per la muntanya que tanca el ponent el falcó s’enduia la claror del cel


El halcón ha llegado de poniente a dar caza a una ralea que no son palomas sino ancianos, niños, mujeres y hombres en son de paz.

Pudiera parecer que el cetrero debiera atemperar la agresividad de la rapaz y conducirla por los reglados caminos de la cetrería. Pero nada más lejos de la realidad: es el halcón, el ejército de halcones, quien maneja los hilos que mueven al cetrero, que sólo es un títere a su dictado.

El mayestático Felipe interpreta el papel del pelele de nuestra historia, una ficción con visos de realidad. Qué triste debe ser saberte rancio, vetusto y arcaico, conocedor de que cualquier día te mandarán a esparragar, porque nada hay más inútil que un cero a la izquierda. Qué lamentable es tener la conciencia alquilada y la dignidad en barbecho a cambio de los chavos de una partida presupuestaria, menor incluso que las celebérrimas treinta monedas que sufragaron la traición universal. Qué lamentable dirigir honoríficamente una tropa de energúmenos (uniformados o no) que piden a gritos que les aflojen las correas y les quiten los bozales para enseñarse con semejantes indefensos que cada día se doctoran en el arte de la no violencia.

Felipe, el portavoz de la infamia a quien han pretendido investir con la púrpura de la suprema legitimidad, como si no supiéramos que su ascendiente deriva por línea directa de los Principios Fundamentales del Movimiento. El busto de pura naftalina que nos enfrentó desde el plasma para justificar el terror injustificable y que condenó, por omisión, a la mitad de los catalanes al limbo fantasmal de los que parecen no existir.

Felipe, el monarca que pretendió entrar en nuestras casas, cámara mediante, investido de oropeles institucionales, sin saber que, como aquel otro monarca del cuento infantil, en realidad se nos presentaba desnudo. O más bien en pelota picada, enseñando todas sus vergüenzas, que no son pocas.

Felipe, el rey que ni supo ni quiso dedicar unas palabras de aliento y de consuelo a las víctimas de la represión salvaje del 1 de octubre; el jefe de estado que, lejos de tender puentes de concordia, hizo de barrenero de los pocos que quedaban en pie; el dirigente ciego que no quiso ver que millones de catalanes se habían lanzado a las calles a lamerse las heridas colectivamente en medio de una sensación de mutuo respeto y colectiva admiración; el pobre niño rico que es incapaz de ver que la ciudadanía catalana es cada vez más pueblo. El rey que, vaya usted a saber porqué, no quiere oír hablar de una república fraternal, igualitaria, solidaria y con paridad real.

El monarca que ha proscrito en su discurso del pánico a tres mil olesanos que se manifestaron el martes pasado contra la violencia y a favor de la civilidad, a los casi ocho mil que el domingo votaron entre voces de alarma que anunciaban que un cielo de garrotazos caería sobre nuestras cabezas.

Qué lástima, Felipe, porque yo que los conozco a casi todos, te aseguro que son mujeres y hombres de bien.  

P.S.: La frase del título es un verso del poema de Salvador Espriu, “He mirat aquesta terra” que os transcribo, con la sugerencia a los castellanoparlantes de que hagáis el esfuerzo de probar de entenderlo.    

Quan la llum pujada des del fons del mar

a llevant comença just a tremolar,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Quan per la muntanya que tanca el ponent
el falcó s'enduia la claror del cel,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Mentre bleixa l'aire malalt de la nit
i boques de fosca fressen als camins,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Quan la pluja porta l'olor de la pols
de les fulles aspres dels llunyans alocs,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Quan el vent es parla en la solitud
dels meus morts que riuen d'estar sempre junts,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Mentre m'envelleixo en el llarg esforç
de passar la rella damunt els records,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Quan l'estiu ajaça per tot l'adormit
camp l'ample silenci que estenen els grills,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Mentre comprenien savis dits de cec
com l'hivern despulla la son dels sarments,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.

Quan la desbocada força dels cavalls
de l'aiguat de sobte baixa pels rials,
          he mirat aquesta terra,
          he mirat aquesta terra.