dijous, 21 d’abril del 2016

Gestionar la complejidad



Resultado de imagen de rajoy puigdemontLa primera lección que podemos sacar del esperado encuentro entre Rajoy y Puigdemont en los aposentos monclovitas es que al personal no le interesan en absoluto los alambicados vericuetos del protocolo.

La segunda lección que nos enseña es que no parece tener el más mínimo interés para la opinión pública, incluida la catalana, si atendemos a las cifras de su seguimiento real. Será quizás porque uno es presidente en funciones, corpore insepulto, y el otro es un mero espectro, un ectoplasma vaporoso que el médium Mas utiliza para comunicarse con el más allá; con el espejismo en el que han ido desdibujando una legítima aspiración colectiva.

El popular Rajoy cumplió con su papel de educado anfritión, regalando a su huésped una edición de la segunda parte del Quijote. Aventura en la que el caballero de la triste figura es víctima de todo tipo de agravios y burlas en Barcelona. Le sirven, sin embargo, tales padecimientos y humillaciones para recuperar el buen juicio: la sensatez fugaz de un extravagante que por un momento se siente ridículo. Metafórico presente el de Rajoy, sí señor.

Puigdemont, investido con la púrpura del pragmatismo catalán, prefirió acudir a la Moncloa con un inventario de asuntos que incluía peticiones, agravios, olvidos, descuidos, negligencias, quimeras y quejas, todo en la misma lista y duplicando los capítulos de un anterior repertorio presentado por su predecesor, hace dos años.

Puigdemont llegó a palacio con la fatuidad del enano con alzas, pequeño pero matón. Aleccionando a diestro y siniestro sobre los secretos de conseguir una investidura en el tiempo de descuento.  

“Nosotros hemos sabido gestionar la complejidad”, fue su mantra esta tarde de primavera. Debería de erguirse el presidente catalán, o ponerse de puntillas, para poder alcanzar a ver las carpetas de temas pendientes que llenan su mesa de trabajo. Los catalanes tenemos un ejecutivo sin las cortapisas que impone la interinidad, pero tener gobierno no equivale a gobernar, como bien nos han enseñado los últimos cien días de parálisis permanente. Gestionar la complejidad significa algo más que investir a un presidente, también significa garantizar el bienestar de los ciudadanos, aprobar un presupuesto social, redistribuidor y justo, legislar buscando el bien común, atender a los más frágiles…

Puigdemont se ha gustado ante el espejo, los tacones lo estilizan y le dan un porte falsamente gallardo. Pero sigue siendo menudo, exiguo, prácticamente imperceptible. Pocos se fijan en él. Le será difícil gestionar la verdadera complejidad que se le viene encima, sin ilusorios heroísmos, desde la siempre incómoda posición del cero a la izquierda.